Nada ha variado,
todo está en su mismo lugar y
nada de ello se puede negar;
trescientos sesenta
y dejé de contarte los días que
de ti solía escuchar
pedir perdón una vez más.
¿Para qué?
¿y para qué esperar?
día a día en silencio
yo me escuché gritar;
es tarde sí, es tarde ya.
Escapó junto al suspiro
toda mi fe de verte cambiar
esa forma que
dices tener tú de amar.
¿Para qué?
¿y para qué esperar?
más allá esté quizás
otro perro que quiera
el huesocuento tragar.
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