En un día que parecía transcurrir como los anteriores, en un pequeño pueblo asentado en un valle, de esos donde todos se conocen; vivía una risueña niña de 13 años llamada Bella.
A Bella la cuidaban sus ancianos abuelos a solicitud de la madre de esta, una mujer separada a la que veían casi nada, que por cuestiones laborales radicaba en la ciudad, a varias horas de ahí.
—Mija, ¿de verdad quieres ayudarnos en nuestras tierras ahora que estás de vacaciones? —preguntó doña Carmen a su nieta mientras salía de la casa junto a su compañero de vida.
—Sí, abuela, prepararé los alimentos y les daré alcance en la chacra.
—Está bien. Así será, Bella. Cuídate, mi pequeña —se despidió el abuelo Paulo cerrando la puerta.
Ya sola en aquella pequeña casa que apenas contaba con una salita, dos habitaciones y una cocina rústica, Bella se dispuso a preparar el almuerzo. Y una vez terminada su misión, enrumbó a su destino, siguiendo la calle principal del pueblo hasta sus afueras dónde recorrió por casi media hora una carretera sin asfalto, rodeada de árboles tan altos que casi cubrían el cielo.
—¡Abuelos! Ya llegué —saludó la joven entusiasta mientras ingresaba a los terrenos de sus abuelos.
Aquella temporada los ancianos cosechaban maiz, apenas habían avanzado su labor cuando su nieta los sorprendió.
—Vamos a la choza —señaló Paulo. —Espero hayas traído suficiente porque tenemos un invitado —sonrió la abuela de Bella, mientras cargaba un cachorro en sus brazos. —Lo encontramos en el camino y nos siguió hasta aquí. Parece que le agradas.
Era un cachorro de apenas unos meses y Bella parecía estar encantada con la sorpresa. Así que lo tomó en sus brazos y pensó en ponerle un nombre.
—¿Cómo te llamaremos? A ver… —dijo la joven mientras buscaba algo en sus bolsillos. —Pero antes quiero tomarte una foto.
—¿Qué pasó, Bella? —preguntó su abuela Carmen al ver la cara de desconcierto en su nieta.
—¡Me olvidé mi teléfono! —exclamó mientras veía al perro moviendo su cola. —Pequeñín, voy a traer mi teléfono que dejé en el pueblo y vuelvo. ¿Sí? Te prometo pensar en muchos nombres para ti.
El perro la observó con algo de tristeza, y mientras Bella se excusaba con sus abuelos, trató de detenerla saltando alrededor de ella, dando pequeños ladridos.
—Ustedes vayan comiendo, abuelos. Yo no me tardo. Les dejo al pequeñín, también debe estar con hambre y sed.
—¿Y si mejor te quedas? Ya cuando regresemos todos al pueblo le puedes tomar fotos al cachorro —le indicó su abuelo.
—También lo pensé, abuelito, pero mi mamá quedó en llamarme. No la quiero preocupar. —Bella se despidió de sus abuelos dándole un beso en las mejillas, mientras el cachorro insistía en su juego de llamar su atención.
—Ven, cosita —exclamó la abuela. —Bella regresará pronto.
El cachorro los observó y tras un ademán de tristeza se recostó en la entrada de la choza.
La joven regresaba al pueblo por el único camino que había, cuando de pronto escuchó de entre los árboles una voz familiar que pedía por ayuda.
—Bella —exclamó la voz. —Ven, ayúdame. Creo que estoy herida. Ayúdame, por favor.
Bella escuchó y entonces reconoció como la voz de su abuela Carmen aquella mujer que se quejaba. «¿Qué habrá pasado?», se preguntaba. «Seguro quiso acompañarme y le pasó algo».
—¡Abuela! ¡No debiste cruzar por las chacras! ¿Dónde estás? —respondió la muchacha mientras intentaba dar con el lugar desde el que provenía la tenue voz. Adentrándose más al bosque, mientras el sol parecía ocultado, dio con el origen.
—Abuela Carmen, aquí estoy. ¿Qué pasó? —Bella no obtuvo respuesta a su pregunta, sin embargo no tardó en notar a una mujer anciana sentada frente a ella, con la cabeza agachada.
—¿Dónde está mi abuela? —preguntó. Cuando de pronto, la anciana levantó la cabeza y la miró con unos ojos rojos brillantes y penetrantes. Tras la sorpresa de la joven, se incorporó lentamente y se acercó a esta, con una sonrisa maliciosa.
—¿Por qué te hiciste pasar por mi abuela? —preguntó la joven consternada—. ¿Cómo sabes quién soy? ¿Dónde está ella? ¿Dónde están mis abuelos? —se cuestionó.
—Todo eso no importa —exclamó la anciana. —Lo único que importa es que tu alma es mía ahora.
La anciana se lanzó sobre Bella, sorprendiendo la con unas uñas afilada, los dientes descubiertos y el rostro deformado, como si de una fiera se tratara. Bella gritó y trató de escapar, pero fue demasiado tarde. La joven había sido atrapada por su cazadora.
Bella despertó sobresaltada en su cama. «¡Qué horrible pesadilla!», pensó. Acto seguido se puso de pie, cuando sorprendida vio recostado sobre el suelo en la entrada de su habitación al pequeño cachorro.
Bella avanzó un paso y el pequeño perro giró hacia ella, y mientras la miraba a los ojos dio un pequeño gemido de tristeza.
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