Billy era un niño de apenas ocho años que vivía bajo la custodia de su joven madre divorciada. Aquella tarde, donde ocurrieron los hechos, le habían permitido salir a jugar con sus amigos de la escuela a un parque cercano, esto tras haber culminado con sus deberes en casa. A diferencia de otras ocasiones en las que su madre ponía cierta resistencia, ese día la salida del niño sentaba de maravillas para la mujer que celebraba el primer aniversario de su nueva relación.
La madre de Billy no tuvo mejor idea que realizar una reunión, a la que invitó a sus mejores amigas y los colegas de trabajo de su pareja. Estaba en lo suyo, realmente, tanto que no había tomado atención al regreso o no regreso de su único hijo. La celebración estaba por llegar a su apogeo, todos los invitados ya estaban presentes y la tarde caía.
A un par de cuadras de ahí, el pequeño Billy estaba emocionado, esa era una gran tarde para jugar con sus compañeros de estudio, eran tantos sus ánimos que perdió la noción del tiempo. Y para cuando se dio cuenta, grandes nubes grises cubrían la ciudad y una intensa lluvia se aproximaba y ante esto, Billy se despidió de su generación y corrió a toda prisa hacia casa con el fin de evitar mojarse.
La rauda lluvia no se hizo esperar, Billy apenas había avanzado algunos metros cuando se vio sorprendido por el aguacero. El pequeño niño no tuvo mejor que idea que esconderse bajo el portal de una casa inhabitada, en lo que alguien iba a buscarlo o la precipitación cesaba.
Billy se había recostado sobre la puerta a fin de resguardarse del agua, cuando esta se abrió anunciada por un fuerte chirrido, cayendo el pequeño sobre sus posaderas. Billy era de todo, menos cobarde; él era, sobre todo, como muchos niños de su edad, curioso. Por lo que tras levantarse se decidió por ingresar.
–¿Hola? –preguntó el menor, sin obtener respuesta. Cuando en ello una luz en el segundo piso se encendió. Billy subió unos grandes escalones que estaban frente a la entrada, con algo de esfuerzo por sus cortas piernecitas. –Está lloviendo muy fuerte y tuve que entrar en su casa, señor, lo siento –dijo algo avergonzado mientras continuaba avanzando.
El curioso niño llegó a la habitación de la que salía una luz. Ya allí, escuchó llorar a otro niño. Billy creyó que era alguno de los otros chiquillos del parque que, así como él, se habían escondido de la lluvia. Siendo así que intenta acercarse a él, pero a unos metros se detiene al ver que no era ninguno de los críos que él conocía en la zona o en la escuela.
–¿Tú vives aquí? –preguntó Billy, cuando de pronto un hombre lo tomó del brazo halándolo hasta el pasillo. –No te acerques a él, es peligroso. Ve a tu casa, por favor –rogó en un susurró un anciano de avanzada edad. Billy lo observó dubitativo, recordó que su padre en algunas ocasiones le había señalado que no se acercara a gente extraña, pero, por otra parte, el anciano parecía no tener intención de hacerle daño, solo le estaba pidiendo que abandone la vivienda.
–Señor, es solo un niño. Déjeme ayudarlo –esbozó una pequeña sonrisa mientras avanzaba nuevamente hacia la habitación. Al cruzar la puerta, el hombre comenzó a descender por las escaleras. Billy miró debajo de la cama, ahora a penas conseguía ver al niño, así que extendió su mano y sacó al chiquillo. –Está haciendo mucho frío, ¿no crees? –preguntó Billy.
Billy comenzó a sentir más de ese frío, tenía las manos heladas. En cuanto se las mira cae horrorizado, sus manos estaban arrugadas como las manos de un anciano. Se tocó el rostro y este se encontraba igual. Las arrugas cubrían todo su cuerpo. Billy se sentía cansado, no podía levantarse, el solo intentarlo le costaba demasiado.
Mientras en la puerta principal, el anciano que instantes antes había bajado a la primera planta observaba como Billy perdía la piel y quedaban solo sus huesos. –Otra alma perdida –susurró. Billy poco a poco se fue convirtiendo en polvo. En tanto el niño de la habitación sonreía desde el balcón para luego volver a su lugar, debajo de aquella cama.
Nadie notó la ausencia de Billy hasta el día siguiente. Algunos creyeron que su padre se lo había llevado consigo, otros que había sido secuestrado en el parque. Su madre, por otra parte, en su propia búsqueda de su hijo, pasó por la casa inhabitada, donde el llanto de un niño la alertó. –Es mi Billy –se dijo así misma, dispuesta a entrar.
Deja un comentario